Suelo apostarme a la entrada del NO-DO, intento quedarme
cerca de un grupo de ancianos intentando evitar sentarme o estar solo, participo
de las conversaciones de los mayores para pasar desapercibido a las fuerzas de
seguridad y para que los grises me dejen en paz, de lo contrario recibiría una
buena paliza como hace unos meses. Los ancianos aportan información valiosa a
lo que recitan dentro de aquellos locales, estos hablan de una España distinta
a la que conozco de otros países antes de la guerra, que en España había
energía eléctrica que daba luz a las casas, que en los locales de NO-DO, había
máquinas que proyectaban imágenes en movimiento… impensable en estos primeros
años del Siglo XXI…
Estando cerca de aquellas puertas los problemas de sordera
ya no afectan tanto a la gente, estamos allí para ahorrarnos las tres pesetas
que cuesta entrar y saber cuáles son las buenas nuevas del régimen. El eco nos
hacía llegar noticias de que más allá de los muros que nos separaban de Francia
la radiación y la contaminación aún eran muy altas y que no había vida fuera de
esos muros, las costas del cantábrico también estaban radiadas, no dejaban
acercarse a menos de diez kilómetros de la costa. Nos recordaban el duro y
arduo trabajo que Franco llevó a cabo para liberarnos de aquella muerte segura,
todas las sesiones terminaban con el “cara al sol” en honor al difunto primer caudillo.
La gente salía ya de la sala, normalmente vitoreando al
régimen y su nuevo regente, yo aprovechaba para desaparecer de allí sin que me
viera la policía. Pero no repare en unos ojos que me seguían y probablemente lo
habrían hecho desde que estaba allí, unos ojos oscuros y profundos, que
irradiaban la más completa indiferencia; supe en el instante en que ambas
miradas se cruzaron que debía huir.
Agaché la cabeza y me puse la capucha, me acoplé el pequeño
aturdidor a la muñeca y caminé calle abajo con tranquilidad. Fundirme entre la
gente se me da bien, en esta época es necesario saber pasar desapercibido, la
inquisición, aunque no lo reconoce públicamente nos sigue cazando, después de
la purga en los años ochenta encabezada por Rodrigo de Maria no quedamos muchos
ya, pero nos siguen eliminando porque creen que somos los responsables del gran
apagón. Para mí fue un mito, un cuento para hacer dormir a los críos, historias
de ancianos a la puerta del NO-DO, yo creo en el régimen, pero paradójicamente
el destino me hizo ser descendiente de un Ingeniero informático, no sé ni que
narices significa eso, pero desde que me dijeron lo que soy y lo que debo
transmitir a generaciones posteriores no he dormido bien, soy perseguido por
sombras de la Santa Inquisición cuando siempre me he demostrado pertenecer al
régimen, me escapé de aquella locura de un pasado brillante y avanzado… el
pasado ya no existe, no habrá un futuro mejor, el mundo se ha detenido y somos
los únicos supervivientes de un planeta destruido por la guerra, gracias al
aislamiento hemos sobrevivido, los únicos que lo han hecho.
Mi perseguidora se mantiene alejada pero no me pierde, giro
rápidamente a una calle estrecha sin gente y sin pensarlo entro en ella, no hay
ventanas bajas que den a ella y la acera es estrecha, a mi izquierda hay un
hueco donde poder esconderme y una oportunidad para tender una emboscada, me introduzco en la
cavidad del edificio y me pego todo lo que puedo a la pared, por un momento
pienso que me ha visto, pero he caminado deprisa y no me puede reventar la
sorpresa, preparo el aturdidor y espero nervioso.
Ese momento en el que no sabes si el tiempo se eterniza o no
ocurre nada es la peor muestra de incertidumbre, y ella no llega, me asomo y no
la veo, me pongo aún más nervioso y me golpeo la frente para pensar más rápido,
en un instante me agacho y me culo debajo del camión que tengo delante, ya
tumbado intento controlar la respiración , oigo pasos de mujer y puedo ver unos
bonitos zapatos de tacón, me quedo helado por el miedo, si me ve es una muerte
segura, o ella o yo.
Medio minuto después se va acelerando el paso y yo vuelvo a
respirar, intento centrarme y pensar en la suerte que he tenido, me repito que
debo estar más despierto, he tenido mucha suerte hoy, he de variar las rutinas.
Salgo de los bajos del camión y veo al que creo dueño del camión que me mira
con cara de furia, le sonrío y le muestro mi cartera, se relaja y me grita que
tenga más cuidado, que ya se iba y podría haberme matado.
Vuelvo a la calle principal a integrarme entre la gente y
desaparecer, debo entregar un mensaje urgente.
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