lunes, 20 de octubre de 2014

Mustang Lynch

Tener un Ford Mustang del sesenta y siete no está al alance de todos, por mucho que lo queramos. Y su caso… tampoco lo era, miraba atónito la pantalla del ordenador, perdido en la belleza de aquella bestia mecánica, imaginaba conducirlo por una autopista vacía, sentir el rugido del motor V8, pero no. Su perro le miraba con indiferencia, y a lo sumo soltaba algún gruñido al cambiar de postura para dormir.
Una vez volvió a la realidad, y caer en la cuenta tristemente, que para tener ese coche necesita más de veintemil, cumplir los dieciocho, y sacarse el carnet de conducir, decidió coger su bicicleta y salir a buscar a sus amigos.
Al salir de su cuarto, vio a su padre absorto mirando y agitando unas maracas que no sabía de dónde las había sacado, las movía muy despacio, como a cámara lenta, cantando no sé qué canción a la misma velocidad, y no pudo reprimir el pensamiento de sentirse dentro de una película de David Lynch. Pensamiento que no pudo abandonar, pues al bajar las escaleras vio a su madre en bata, con los rulos y la mascarilla verde que sólo dejaba a la vista unos ojos de un color marrón oscuro, con una extraña sonrisa en la cara tendiéndole su merienda, pan con chocolate. Todo ocurría a cámara lenta, no entendía lo que su madre le decía, el perro empezó a ladrar por el ruido de las maracas y el extraño cántico. Ya sólo cuando se acercaba a la puerta todo volvió a la velocidad normal de 24 fotogramas por segundo.

Salió al garaje a coger su flamante y novísima bicicleta roja, un sol radiante caía en la urbanización, y no fue hasta cuando perdió de vista su casa de que llevaba un paraguas abierto, y era perseguido por un despertador gigante que no dejaba de sonar.

sábado, 18 de octubre de 2014

Amigos de antes y hoy

Llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto al que había anunciado y no me esperaba nadie. Estaba cansado de falsas fiestas sorpresa, así que decidí ganarles por la mano. Sabía que todos los viernes va a un bar cercano a la estación, y este no sería distinto, así pues les mentí con mi llegada y me presenté ante ellos en aquel bar.
Me gustó ver sus caras de sorpresa, me sentí aliviado y recuperé el calor de los años perdidos, las risas y la bromas clásicas que tan buenos momentos nos dejaron de niños. Así comenzaba un maravilloso fin de semana en Barcelona.
Las rondas fueron pasando , así como los gestos, las miradas, el tiempo implacable que se hacía notar. Ya no éramos jóvenes, crecimos, y las chiquilladas de antaño no conseguían ocultar que somos adultos. Correr detrás de las chicas dio paso a los matrimonios, los hijos y casi cualquier tiempo pasado fue mejor.
Pero mirábamos al futuro, crecimos y nos convertimos en hombres de bien.

Las cervezas caían y la camaradería nos devolvía a aquel tiempo tan anhelado que tanto queríamos revivir.

Tren

Como cada día, llego a las cinco del ciclo de tarde a la estación, camino hasta la plataforma del extremo opuesto y me coloco en el centro de la misma. Desde allí contemplo el bullicio del lugar, lo normal es que las personas que más corren son los que cogen  el tren de la línea siete al sector Delta 07, pues la frecuencia es menor para esa zona.
La estación tiene quince vías por donde circulan otras tantas líneas para viajeros, que además comparten otras dos líneas exprés y los trenes regulares de mercancías de los sectores exteriores regulados.
Esta estación es de los lugares más bellos, andenes amplios y señalizados para canalizar el tráfico de gente, grandes columnas forradas en aluminio blanco, suspendidas en el aire  hay dos pasarelas elevadas en los extremos de los andenes. A mi izquierda una proyección holográfica corta en diagonal la estación y podemos ver una imagen estática de nuestra presidenta y sobre nuestras cabezas un techo abovedado que hace reflectar la luz de los focos.
La vida en la estación fluye por todas partes. Los andenes no están nunca vacíos, hay gente que viene a pasear, leer, dibujar inspirándose en sus formas y gentes. En la pasarela de enfrente veo el trasiego de ciudadanos que entra y sale de las tiendas, y los técnicos que están reparando una rampa de luz. La primera que existe en la ciudad, y que está en esta maravillosa estación.
Me gusta pasar un rato aquí antes de volver a casa, puedo perder ciclos enteros mirando el ir y venir de los trenes.
Solo a las últimas horas del ciclo de tarde se puede ver cierta disminución de personas en la estación, entonces entra en “modo nocturno” en el que la iluminación se vuelve algo más tenue y las tiendas ya cierran,  aunque los trenes no dejan de circular en ningún momento.
Por estas vías pasan diversos tipos de trenes. Un tipo de tren con dos pisos para los sectores del sur y otro más moderno que se dirigen a los sectores más al norte.
Los trenes regulares son trenes eléctricos muy pesados que circulan por el sistema de vías tradicionales. Son los más ruidosos, con la partida se pueden escuchar los lamentos de los motores eléctricos que se activaban uno detrás de otro, y en las llegadas los frenos chillan al frotar metal contra metal. Los trenes Express que van al norte circulan sobre un raíl magnético, son elegantes y lujosos, de formas redondeadas y sinuosas. Para estos trenes hacía falta un pase especial, sólo son tres líneas pero los intervalos regulares y muy precisos mueven con fluidez y sin agobios a los viajeros que los frecuentan, haciendo que los trenes no lleven más gente que plazas sentadas disponen
Por su armonía ordenada y sutil belleza, lo más extraño de esta estación es el andén cero, a la derecha de mi posición. Una vía muerta elevada que la gente tiende a ignorar. Desde donde estoy se ve que una compuerta tapa la boca del túnel dejando el tren aislado en el andén. Esta zona es un misterio, no tiene acceso público y los horarios no se corresponden a un patrón como el resto de trenes.
También el tren es distinto, no es eléctrico, por lo que pude averiguar, se trata de un tren TAF 9522 un tren automotor Diesel de origen italiano del año 1952. Este tren usa un combustible derivado de una sustancia extinta llamada petróleo. Los que dicen haberlo visto, comentan que es un tren que sube al exterior, pero eso es imposible, no hay nada allí arriba. Suele llegar en los ciclos de noche cuando los ojos no se fijan tanto, dicen que aparece siempre cubierto por una espesa capa de polvo negro.

¿Qué hace un tren tan viejo funcionando aún? El combustible fósil con el que aseguran que se mueve ya se agotó, Muchos son los misterios que lo envuelven.

Hoguera

Siento el calor de la hoguera, pero por dentro me siento frío y vacío. He caminado largo tiempo perdiendo la constancia de los días y las noches, la lluvia y el viento, abrigándome en los troncos de los arboles, caminando hacia un lugar incierto.
El fuego es ahora mi hogar en esta tierra, pero recuerdo otro forjado en piedra, seguro, vivo. Aquí el sol no es bien recibido, fuerzas oscuras le impiden llegar hasta mi piel seca y estos lugares de paso son el único recuerdo que nos queda del astro rey.
Otros muchos se han sentado conmigo  en estas hogueras, todos tienen historias y oscuros rincones, armaduras corroídas y espadas sin filo. Llevan el pesar en el alma que una vez les robaron. Bárbaros, ladrones, caballeros y princesas despojadas de belleza, aquí somos todos iguales, todos diferentes, comunes en el objetivo. Lloramos siempre, apenas reímos, fuertes nos hacemos en la lucha y sabios en la muerte.
Herreros que reparan armaduras, que no almas rotas, extraños comerciantes de risa fácil, sujetos que ayudan por las almas de los demás, extraños seres que no se sabe que objeto tienen para con nosotros.

Dicen que hay un premio al final del camino, no sabemos si es la vida, pues muertos ya estamos.

ISLA, RELOJ

Llegaba a la costa como cada sábado, incluso aunque hiciera mal tiempo o el mar estuviera revuelto. No podía faltar a mi cita.
Comenzaba mi paseo matinal en la zona norte donde no se apreciaba tierra alguna, y podía disfrutar de la línea del horizonte en su máxima claridad, respiraba aquel aire limpio, ajeno a los problemas de la ciudad.
Empecé mi rutinario paseo siguiendo la costa, intercalaba miradas al mar de mi izquierda y la poca vegetación de mi derecha, en el punto más al este se encontraba el pequeño muelle donde tomaba mi primer descanso.

Proseguía mi camino prácticamente circular, tranquilo y sosegado donde calmar mi mente, olvidar mi trabajo, el cielo encapotado, el ruido. Iba a la isla huyendo de mi carcelero particular, mi viejo reloj de bolsillo que me llevaba preso de la rutina.